24 de abril de 2009

Elegidos

El levantamiento del 2 de mayo no fue un proceso casual, del mismo modo que tampoco lo fueron las revoluciones francesas y rusas que formularon alternativas al Antiguo Régimen. Asimismo el surgimiento de los fascismos supuso una reacción alérgica al internacionalismo capitalista y comunista.
Resulta ingenuo culpabilizar a Stalin, a Hitler o a Truman de los las muertes que pesan sobre sus espaldas, ellos más que nadie fueron marionetas, marionetas de su propio pueblo, el producto de la demanda social que se materializó en sus personas. La cosmovisión de un pueblo en una determinada época y contexto exige la aparición de figuras que encarnen los designios de dicha comunidad, y ante la falta de dichos individuos, el pueblo debe satisfacer su demanda con elementos facilitados por intervención foránea (véase el caso de la Francia del ´40 y Pétain)
Ningún sistema social ha conseguido perpetuarse en la historia sin el consentimiento o conformismo mayoritario de sus componentes, a pesar de la posible dogmatización o censura a la que someta el sistema, la voluntad del pueblo siempre se ha materializado de la mano de vanguardistas revolucionarios que exigen cambios sociales y ejercen de voz del grueso del pueblo.
Es fácil reconocer a un sistema en decadencia. Cuando éste sustituye su inercia constructiva por una postura defensiva que criminaliza toda alternativa, en este momento, nos hayamos ante un modelo sociopolítico caduco que no tiene más opción que esperar a los heraldos del Nuevo Orden. Sucedió con todas las estructuras políticas de la historia, todas ellas son síntoma de un momento y un contexto determinados que necesitan renovarse constantemente, evolucionar y adaptarse a las nuevas demandas sociales.
El capitalismo neoliberal morirá o mutará con toda su hipocresía y despotismo. De nada sirve su “dictadura de lo políticamente correcto”, su persecución a ideologías contrarias, pregonar su infame “paz” o silenciar pensamientos disidentes, de nada sirven sus mercenarios azules, su denigrante televisión o sus vendidos jueces. Cuando el pueblo exige, el sistema debe acatar. La indisciplina ante la cosmovisión de una comunidad no ha producido más que derramamiento de sangre, sea con siete muelles, guillotinas o Automát-Federovs. Sea por las urnas, por la crisis financiera u otros medios, este sistema (como cualquier otro) está predestinado a hallar su propio fin para –quizá y si la Providencia lo considera oportuno- resurgir de sus cenizas en un tiempo venidero adaptándose a las nuevas demandas.

Álex Martín Pesudo

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